No nos extraña nada que la trufa negra se haya puesto tan de moda en la gastronomía, ya que el aroma y el sabor de este hongo lo convierten en condimento magnífico de muchos platos, como la pasta. Un hongo que, sin llegar a los precios de la trufa blanca, no es nada barato, ya que se han llegado a pagar 1.000 euros por un kilo de trufa negra.
Para probar platos con trufa negra visitamos el fin de semana pasado el restaurante De Gustibus Italiae, conocido precisamente por su pasta trufada.
De Gustibus Italiae es un restaurante medio oculto abierto en el año 2000 en una esquina del barrio de Sarrià-Sant Gervasi. Hacen cocina de mercado y elaboran platos tradicionales de Italia (pastas, antipasti, carnes y pescado) con un toque moderno.
Empezamos con este entrante, cortesía de la casa:
Seguimos con los antipasti gourmet, que incluyen cuatro platos y te permiten probar un poco de todo: Mini burrata al tartufo con pera al vino blanco y miel, bruschetta con daditos de tomate y anchoa, mini ensalada de espinacas frescas con cebolla roja, pasas, nueces y rollito de queso fresco gratinado envuelto en jamón ahumado y corazón de alcachofa rellena de langostino y foie gratinado sobre suave crema de marisco. Este último entrante fue el que más nos gustó.
Después, pedimos un risotto de ceps con mascarpone y virutas de trufa negra. El plato lleva también mi cuit casero, pero pedimos que nos lo pusieran a parte. Al traernos el risotto, el camarero llegó con dos trufas negras y una pequeña báscula, ralló la trufa delante de nosotras y nos echó la medida correspondiente encima del risotto. El sabor de arroz, los ceps y la trufa nos pareció delicioso.
También nos apetecía probar la carne, así que pedimos un tartar de ternera con bagna cauda. Lo sirven “vuelta y vuelta” y con cebolla, apio, alcaparras, guindilla, aceite perfumado con anchoas, ajo y nueces.
Con este plato nos pasó una cosa muy curiosa: Nos pareció que estaba muy poco sabroso, que le faltaba el sabor picantito que suele tener un tartar bien trabajado, pero no pensábamos decir nada al camarero porque tampoco nos pareció que estuviera malo. De hecho, nos comimos más de la mitad. Sin embargo, como él nos preguntaba después de cada plato qué nos había parecido, le dijimos que regular. Nos dijo que le extrañaba y se disculpó 1.000 veces. Le dijimos que no se preocupara, que debía ser cuestión de paladares. Al rato volvió, nos dijo que lo habían probado en la cocina, que no tenía el nivel adecuado y que no nos lo cobrarían.
Nos extrañó porque no es que estuviera malo, simplemente no estaba tan bueno como debería haber estado, y porque nuestra intención no era quejarnos.
Total, que nos pareció un detallazo y prometimos que volveríamos otro día a darle otra oportunidad al tartar de ternera, que a pesar de no tener un sabor espectacular tenía esta pintaza:
Lo prometimos y volveremos, porque la trufa negra lo vale y porque el camarero es de los que se lo curran de verdad, y esa es la mejor fórmula para fidelizar clientela.
Estamos en Facebook. ¿Nos sigues?