En 1908, llegaba a Brasil el primer navío con inmigrantes japoneses. 165 familias, que iban a trabajar en los cafetales del oeste paulista, iban a bordo. Su intención era la de “hacer las américas”, enriquecerse rápido y volver a Japón, pero la vida en América del Sur les resultó más dura de lo que pensaban. Enriquecerse no era tarea fácil trabajando en las plantaciones de café y además tampoco eran muy bien vistos en Brasil, cuyo Gobierno prefería inmigrantes europeos.
Fruto de esta realidad migratoria y de la consecuente convivencia, nace la gastronomía japo-brasileña, a la que en Barcelona se encarga de dar un maravilloso esplendor el Ikibana (tres locales: Uno en el Born, el primero, otro en el Paral·lel y el último, abierto en mayo de este año, en Sarrià). El sábado, que estábamos de celebración, probamos este último.
Lo primero que llama la atención del Ikibana (como podéis ver en la foto) es su decoración, obra del estudio Equipo Creativo, autores también del Tickets de Ferran Adrià, del Fogo de Dani Alves y del Bellavista del Jardín del Norte de Leo Messi. Ahí es nada.
En el caso del Ikibana, el reto de Equipo Creativo fue crear un ambiente que recreara las “singularidades compartidas entre dos culturas a primera vista antagónicas: silenciosa y minimalista la japonesa, exuberante y bulliciosa la brasileña”, según reconocen ellos mismos.
Lo consiguen combinando con maestría la madera, el elemento vegetal, las flores y el color. El resultado es un precioso paisaje artificial que simula estar en constante movimiento.
Un maravilloso entorno donde degustar la comida de fusión japo-brasileña. Os la explicamos.
Para probar cosas nuevas y evitar pedir lo de siempre, esta vez optamos por hacer un menú degustación. En Ikibana, hay tres, el más barato de 36 euros y el más caro de 68. El vino va a parte, y puedes elegir entre una variada carta que va desde los 16,50 que cuesta un Rioja llamado Impaciente (tempranillo) hasta los 1.980 del Chateau Petrus francés (merlot). También destaca en la carta de vinos el Pingus de Ribera de Duero, a 1.433 euros.
No está mal.
Pero vayamos al menú degustación que elegimos, de 36 euros.
Los entrantes consistían en un tartar de salmón con aguacate macerado en ponzu y kizami wasab y unos espárragos No-furai (con panko y salsa yakitori-mandarina). El tartar fue el plato del menú que más nos gustó. ¡Estaba delicioso!
Seguimos con unos uramakis. Nos pusieron unos Copacabana Uramaki (salmón crujiente, mayonesa picante, pepino envuelto en anguila ahumada y salsa tare), unos São Paulo Way Uramaki (atún, pescado blanco y papaya, envuelto en aguacate, piña caramelizada y jalapeño) y unos Hokkai (makis tempurizados con tartar de salmón, crema de queso y salsa tare). ¡A cual mejor!
Tras ello, llegaron unos Yakisoba de los que no hicimos foto y el plato más brasileño del menú, una muqueca de Bahía (muqueca de dorada con salsa de coco, pimientos, cilantro, aceite de chili y arroz jazmín).
Ya no podíamos más cuando llegó la hora del postre. Caramilho (cremoso de caramelo y miso, chocolate con leche, confitura de mango-vainilla y crumble de kikos) y un delicioso Thai Café (cremoso de chocolate con sake, mousse de mascarpone y cardamomo negro, espuma de café con polvo de almendras caramelizadas).
Nos amenizó la breve espera antes de empezar con el menú el mago Lini, que nos hizo un par de trucos divertidos y sorprendentes.
Conclusión: Con vino (ni el Chateau Petrus ni el Pingus, claro) y cafés, la cuenta subió a 107 euros y éramos dos personas, pero… ¡Qué bien cenamos!
Os dejamos la ubicación de los tres Ikibana.
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