Habituadas a dirigirnos, casi como por inercia, a restaurantes de barrios como Gracia, Sant Antoni, El Born o incluso El Raval, solemos olvidar que Barcelona se extiende más allá de Passeig Sant Joan. Más allá, también existe Horta. A Horta hay que ir a propósito, nunca te pilla de paso. Hay que tener una buena razón para coger el coche y “viajar” hasta el que parece ser otro pueblo.
La buena razón nos la dieron Penélope y Carlos, autores de Barcelonit, un blog gastronómico y artífices de que hace un par de semanas invirtiéramos un domingo lluvioso en ir a comer al Vino Mío de Horta. Lo definían en su blog como “probablemente el mejor restaurante de Horta” y lo colocaban en su top ten de restaurantes preferidos de Barcelona. Así que había que probarlo.
Y es que el Vino Mío se ha logrado hacerse un hueco en un barrio donde el Quimet, un bar casi centenario, y la Bodega Massana, con sus barricas y botas de piel a la venta, se han llevado históricamente todos los flashes y todas las recomendaciones.
El Vino Mío es un buen ejemplo de lo que llamamos cocina de autor. La cocina de un chef inquieto que quiere innovar y disfruta ofreciendo algo diferente combinando ingredientes habituales. Apuesta por la originalidad, y eso siempre, en la cocina como en la vida, es de agradecer.
Probamos los minicanalones de pato con bechamel y foie (en la imagen), el risotto de ceps con polvo de jamón, unas croquetas caseras de jamón ibérico y el timbal de berenjena con queso brie, tomate seco, cebolla confitada y rúcula. Pese a que ningún plato nos pareció espectacular, todos eran más que aceptables, así que si le añadimos la amabilidad de los camareros y el buen ambiente del local, la experiencia nos resultó más que satisfactoria.
Al salir, una constatación: Horta existe. Y vale la pena conocerlo. Plaça Eivissa, pronto volveremos a tomar un vermut aprovechando quizás una visita matinal al siempre sugerente Parque del Laberint d’Horta, el jardín más antiguo que se conserva en la ciudad (1794).