La subida de los alquileres en el centro, la pérdida de poder adquisitivo de la clase media, la comodidad y los buenos precios que suponen las grandes superficies. Las causas son variadas, pero lo cierto es que la fisonomía comercial de Barcelona es hoy muy diferente a lo que era hace 20 años. Y buena parte de este cambio lo han sufrido los colmados, pequeños establecimientos “colmados”, como parece indicar su etimología, de todo tipo de comestibles.
Una Barcelona que muere (a la que ponen cara, hablando de colmados, el colmado Quílez, hoy reubicado en Rambla de Catalunya, y muchas otras pequeñas tiendas históricas hoy ya desaparecidas) y una Barcelona que nace. Muy nueva, muy cool, muy moderna. Y a la vez antigua. Tan moderna que hasta recupera palabras que suenan a antiguo, como “colmado”. Es la Barcelona del Colmado de Gràcia, que no es una tienda sino un bar de tapas, tapas actualizadas, claro.
El Colmado de Gràcia parece salido de esa actitud tan hipster de huir de las modas recuperando todo aquello del pasado que valía la pena. Ya lo decía hace unos añitos, 69 concretando, un maestro de la poesía surrealista catalana: M’exalta el nou i m’enamora el vell (J.V: Foix). Pues eso.
Quizás porque no hay nada más moderno que mirar al pasado sin complejos.
Y eso es lo que hace la cocina del Colmado de Gràcia. Mezclar algo tan tradicional como las tapas de gambas, los buñuelos de bacalao, el pollo rebozado, las albóndigas o el plato de embutidos con tapillas más modernas como la tatín de tomate y queso o el imprescindible pollo al curry.
El resultado es una más que aceptable noche de tapas (también tiene buena pinta para un afterwork) en un ambiente de lo más friendly. Y como El Colmado de Gràcia está en pleno centro neurálgico de nuestra noche barcelonesa preferida, léase en Gràcia,, hay decenas de opciones a su alrededor para que la noche no decaiga.
Esta vez descubrimos un pub ochentero donde es imposible no lanzarse a bailar y a cantar, el Falstaff de la calle Venus. Una joya revival donde volveremos seguro.
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